01/11 >> POESÍA >> RECITAL MARÍA ÁNGELES PÉREZ LÓPEZ >> LA POETECA

La Embajada de España en Venezuela y la Fundación La Poeteca reciben en Caracas este próximo martes, 1 de noviembre, a la poeta y académica española María Ángeles Pérez López.

La autora nos deleitará con un recital que tendrá lugar en la sede de La Poeteca en la Torre Mene Grande II, Piso 2, al lado del Centro Plaza, a las 11 a.m.

María Ángeles ha publicado varios libros entre los que destaca el poemario “Incendio mineral” (Vaso Roto, 2021), gracias al cual recibió el Premio Nacional de la Crítica Literaria, que entrega cada año la Asociación Española de Críticos Literarios (AECL). Antologías de su obra han sido editadas en Venezuela, México, Ecuador, Estados Unidos, Colombia y Perú. También, de modo bilingüe, en Italia y Portugal. Y su libro Carnalidad del frío ha sido editado bilingüe en Brasil y Estados Unidos.


La autora es además miembro correspondiente de la Academia Norteamericana de la Lengua Española, honoraria de la Academia Nicaragüense de la Lengua, miembro de la Academia de Juglares de Fontiveros e hija adoptiva del pueblo natal de san Juan de la Cruz. Forma parte de la Asociación «Genialogías», volcada en reconocer el legado de las poetas. Ha sido jurado de varios premios literarios, entre otros el Premio Cervantes.

Aquí te dejamos algunos de sus poemas más destacados.

RECLAMO

Reclamo demorarme en cada gesto,
la lentitud feliz en las dos piernas
si tengo todo el sol sobre la nuca
y el tacto es una forma nutritiva
y exacta de sentir sobre la sangre
el viaje subterráneo de la dicha.

Reclamo malgastar cada minuto
en mover lentamente los dos pies
si el sol viene a incendiarme por las tardes
y el tiempo de la prisa es secundario,
si un momento viene en su eternidad,
su condición perenne y sin derrota.

Reclamo la imposible permanencia
de un brazo sobre el aire del verano,
el giro de una mano que se aleja
del cuerpo y se mantiene sin caer
hasta negar rotunda algunas normas
y leyes legisladas en invierno
como la de los cuerpos abatidos
contra el suelo, en el tiempo de la muerte.

Reclamo la bellísima ocasión
de estar al borde mismo de la tarde
en esta permanencia, en la fijeza
de la luz recortada contra el cuerpo
translúcido y tan lejos de su ruina.

Reclamo este minuto sin orillas.
A sabiendas de todo lo reclamo.

(de Carnalidad del frío, 2000)

TIJERAS QUE NO

Tijeras que soñaron con ser llaves
acercan su metal hasta la llama
y lloran aleación incandescente,
el filo en que florecen las heridas
sobre el silbido agudo del acero.
En su silueta par, en su desdoble
de dedos que saltaron por el aro
como animales tristes y obedientes,
las tijeras se niegan al destino
de amputar la memoria de la lana
y el cordón que nos ata a los relámpagos.

Ellas cortaron días y raíces,
el estupor carnoso en las cerezas
con su gota de luz para encender
la boca de los pájaros, el hilo
que sostiene prendidas las palabras
dignidad, avellana, compañero
y el vientre del pescado en que se oxida
la llave de los vientos y el fulgor.
Tijeras que cortaron los mechones
de pelo de los niños en la inclusa
y el fino filamento del wolframio
que amparaba la noche de zozobra.
Tijeras que no quieren ser tijeras
y acercan hasta el fuego su pesar
para romperse ardiendo contra el yunque
y al disolver su nombre en los rescoldos,
abrir el corazón y sus ventanas.

(de Fiebre y compasión de los metales, 2016)

HILO

El hilo se enhebra
en el estricto hueco de la aguja
y trae memoria del huso, de la rueca,
de la paciente disciplina de que hablaba
el libro de los proverbios,
del largo tránsito por el algodón,
por su torcedura
desde que alguien lo miró crecer en su semilla
imaginando el blando copo de riqueza
hasta que es parte diminuta
e imprescindible
de la bobina, la máquina, el pedal.
También del pie o los dedos que lo mueven,
lo liberan
de su propia trabazón, su coyuntura
si es hilo solo, apenas desprendido
de la costura tortuosa y necesaria.

El hilo arrastra en sí
una puntada secular e inconmovible
que nos anda trabando, remendando
al comienzo del frío, del pudor,
del forzoso reconocimiento de la tribu
en la lana, en el cuero,
en la piel,
en la enorme cicatriz de los cuerpos desnudos
y amparados.

(de La sola materia, 1998)

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